En los últimos años, Haití se ha consumido en la ola de violencia y anarquía que rige sus calles. Desde el magnicidio de su presidente, Jovenel Moïse, en el año 2021, el país caribeño ha sido tomado, en su mayoría, por bandas criminales; quienes han pintado de muerte y crueldad las vidas de sus habitantes.
Moïse, representaba al partido Haitiano Tèt Kale con ideales inclinados al liberalismo. Desde el inicio de su mandato, se enfrentó a desafíos y al rechazo de la oposición y detractores. El 7 de julio fue asesinado en su residencia, hecho que marcó el inicio del caos indomable que vive la nación actualmente.
La capital, Puerto Príncipe, es en donde la verdadera pesadilla se desarrolla. Ariel Henry, primer ministro, no puede acceder al país, se encuentra en el exilio, visto por última vez en Puerto Rico.
La principal razón de la problemática que hoy converge a Haití data de 200 años atrás. Un pueblo dolido y abatido por el irrespeto a sus derechos humanos y en búsqueda de venganza, costase lo que costase.
Previo a su emancipación en 1804, Haití era un país rico, uno de los principales productores del mundo. En la perla de las Antillas se producía a grandes cantidades el café, tabaco, algodón, cacao e índigo. El mayor inconveniente eran las condiciones de trabajo.
Hoy en día la isla se caracteriza por arrastrar consigo sus antecedentes; como clara explicación de su crisis actual. Desde sus inicios como nación independiente se han visto sumergidos en el constante cambio; una política no estática y que llega a la máxima cumbre a través de vías escasas de democracia.
La república de más de 11 millones de habitantes, ha atravesado una historia basta que va esencialmente desde hace 220 años cuando se convirtió en la primera nación independiente de América Latina; la revolución que convirtió a Haití en una nación soberana, fue la primera y única rebelión de esclavos triunfante en el mundo.
Sin embargo, antes de este suceso, el territorio del país se veía contenido en la isla bautizada como “La Española”, cuya partición fue solución para terminar una guerra que se libraba entre Francia y España, imperios que batallaban por hacer de sus colonias lo más fructíferas posible. La isla, partida en Saint-Domingue, territorio francés, y Santo Domingo, territorio español, son conocidos hoy en día como Haití y República Dominicana, respectivamente.
Saint-Domingue se convirtió en la colonia más rentable del mundo al potenciar la exportación de azúcar, índigo y café con la esclavitud de indígenas y personas negras traídas de África por la corona francesa.
Si bien la corona recibía un beneficio remarcable, la labor que permitía tales ganancias caía en la espalda de los esclavos, cuyas expectativas de vida se acortaban gracias a las terribles condiciones a las que se veían expuestos en sus trabajos. Según historiadores, los esclavos de Saint-Domingue recibieron unas de las torturas más crueles en la historia.
Gracias a esta situación, en agosto de 1791 se desató la revolución haitiana que exitosamente abolió la esclavitud. De tal manera, después de 12 años batallando contra el poder colonial francés, que buscaba reintroducir la esclavitud, se declaró oficialmente la independencia del ahora nombrado “Haití”.
Países como Estados Unidos, Inglaterra o España se negaron a reconocer la independencia de Haití por miedo a una revolución de esclavos en sus propios territorios. Por su parte, Francia propuso aceptar la independencia del país si pagaban una indemnización de 150 millones de francos en compensación de las ganancias perdidas por la abolición de la esclavitud, lo que en su momento significaba 10 veces más del presupuesto anual del país.
A pesar de esto, Haití aceptó estar en deuda con Francia para proteger su recién ganada independencia, lo que causó un declive monumental en su economía. Sus ciudadanos fueron los responsables de pagar la deuda con impuestos que suponían la mayoría de sus ganancias.
Esta deuda supuso que la infraestructura, sistema educativo y de salud sufrieran ser apartados del presupuesto nacional durante años. Después de 122 años, Haití logró solventar su deuda, a costa del desarrollo del país; en este caso particular, la independencia no fue sinónimo de libertad y muchos menos de progreso.